viernes, 18 de marzo de 2011

Entrada 17


            ¡Buenos días, mundo!

            Después de continuados días de nubes que tenían como resultado cierta oscuridad a primeras horas de la mañana, por fin amanece un día claro. Esta claridad también me permite apreciar cierto orden en las obras que se realizan a la entrada de la cafetería de César; los días pasados aquella calzada estaba en peores condiciones que la última de las carreteras comarcales.
            —¡Buenos días! —saludo al entrar en la cafetería que tan solo se encuentra ocupada por Jose como cliente—. ¡Hombre César! Que sepas que Paco y yo hemos echado cuentas y ya has gastado seis moscosos, así que no te quedan.
            —Son quince días de las vacaciones del año pasado que me debe la empresa —me responde—. Así que todavía me deben nueve que no sé si me los van a dar.
            —Yo creo que la Dirección del Centro ya no te va a dar esos días —le digo sonriendo (evidentemente la dirección de la empresa es él)—. Ya han caducado.
            —Parece ser que los obreros no paran de preguntar por ti —añado bromeando— dicen que “dónde está este hombre que nos miraba trabajar desde todos los ángulos y nos decía de vez en cuando, por encima de las vallas, cómo teníamos que hacer”.
            —Sí —responde—. No sé sin no han perdido el Norte.
            —¿El Norte, César? —le digo—. Perdieron todos los puntos cardinales. Si hasta ayer hacía falta un mapa para poder atravesar la calle, había vallas atravesadas y dispersas por todos lados que, se supone, te orientaban por dónde tenías que pasar.

            Los temas candentes del día en todos los medios son, en primer lugar, la alarma radiactiva en Japón, en segundo, las tropas de Gadafi a punto de entrar en Bengasi, capital de la revuelta Libia. En esos momentos, el televisor comenta la reciente resolución alcanzada por la ONU de atacar Libia si lo consideran necesario, resolución de la que el hijo de Gadafi se reía declarando abiertamente que sería tardía.
            —Con el tema de Japón hemos dejado a Gadafi solo —comento.
            —Tarde, tarde —dice César—, pero al menos en Japón hemos conseguido enfriar el reactor número tres. Ya hace una semana del terremoto y a mí me da la sensación de que ha pasado un mes.
            —Claro, César —le respondo—, no han parado de bombardearnos con noticias y declaraciones a tiempo constante y eso provoca que te parezca largo.
—Hablan los medios de Apocalipsis —añade— ¿No es exagerado?
            —Efectivamente —y retomo el hilo final de la entrada de la semana pasada—, de Apocalipsis nada. Debemos distinguir entre los fenómenos naturales como el terremoto y tsunami, y los antinaturales o artificiales, que son los causados o derivados por la acción del hombre, como la fuga radiactiva de los reactores nucleares. No hay problema para el mundo con estos últimos, por mucho que nos empeñemos; y por mucho que pronostican algunos científicos, ecologistas, teólogos, futurólogos y demás “sabios” de menor cuantía es bastante improbable sino imposible que causemos el fin del mundo. Imagínate el caso extremo de una gran guerra nuclear en la que cientos de misiles estallan al mismo tiempo en el planeta, e imagínate de que a consecuencia de dicha guerra ni un solo ser humano sobrevive: un espectacular invierno nuclear se instala en el planeta durante ¿100 años? ¿200 años? Mira, César, desde nuestra perspectiva biológica en la que nuestra pobre esperanza de vida es de 80 años, eso, son dos o tres generaciones y una hecatombe “apocalíptica”. Pero para nuestro aún joven planeta de una edad geológica de unos cuantos miles de millones de años no supone mucho más de lo que para nosotros es un fugaz dolor de cabeza. Tras dicho pequeño e insignificante incidente para Él, continuaría girando liviano y jovial, y, no lo dudes, la vida se abriría paso y la naturaleza en su interior, explotaría con todo su esplendor, eso sí sin la medianamente molesta especie humana en su seno. ¡Que no se confunda nadie!, que no nos vamos a cargar el planeta por mucho que nos empeñemos; lo que vamos camino de cargarnos es al hombre habitando en él. Y ya no digo nada sobre lo banal, ínfimo, ridículo e inapreciable que supone todo lo que hagamos para el Universo del que formamos parte…