jueves, 31 de marzo de 2011

Entrada 21

            ¡Buenos días, mundo!

            La entrada a la cafetería de César se encuentra rodeada de vallas de obra y pasarelas improvisadas con palés de manera que, para entrar, parece que estás recorriendo unos andamios o un laberíntico barco pirata. Pero la baldosa ya está puesta y César está contento con el resultado.
            —Voy a pedir que me dejen un par de vallas a los de la obra para cuando terminen —me dice sonriendo al entrar—. Así me podré ir “desenganchando” poco a poco.
            —Ya pensé en ello —le respondo—. Te veo en “controladores de obras anónimos” diciendo: “Hola, soy César, y soy adicto a mi obra. Hace tres días que no miro para ella…”, y todo el mundo aplaudiendo.
            —Claro que se me ha ocurrido una idea mejor a comentar con Paco —añado— y es, dada tu experiencia adquirida, hablarlo con la ministra de Asuntos Exteriores y enviarte, en representación de España, a vigilar las obras de rescate en FuKushima. Y te podemos mandar acompañado de grupo de jubilados, que de esto de las obras entienden mucho.
            —No estaría mal —dice César—. Mandar un grupo de jubilados para allá como cuando Fraga se bañó en Palomares, que llevaron dos autobuses.

            “Y si caen un par de ellos en la tarea —pienso—, un par de pensiones menos que pagar que gana el Estado”. Geli y yo, tenemos la “Teoría de la Conspiración17” según la cual los viajes del INSERSO y algunas otros “chollos” que el Estado vende a los jubilados no son más que “artimañas” cuyo objetivo es la eliminación de unos cuantos. A tal fin, les meten en autobuses en los que, tras hacerles padecer de hinchazón de vejiga y problemas de próstata, hacen paradas en las que, a continuación de las pastillas para el colesterol que se reparten entre ellos, les dan un bocadillo de panceta grasienta a cada uno. Luego una buena caminata por terrenos resbaladizos donde con suerte, si no caen, al menos puede que se pierdan un par de ellos. Y si eso no acaba con ellos, por la noche, les alquilan una discoteca donde puedan tener un buen “subidón” sin “el cuidado y el control” de los hijos al que puedan estar habituados.

            —De cualquier manera, César —le digo sonriente—, raro no sería que en quince días dijeran que se  les olvidó meter el telecable y te vuelvan a levantar la calle…
            —¡No jodas, Julio! —me interrumpe levantando los brazos—. Oye que, como dice Rubalcaba… ¡bromas, las justas!

            Por la televisión tres chicas “de mentira” anuncian ropa interior, o tal vez sean bikinis y bañadores (Teoría de la Conspiración nº18: esas mujeres que salen por la tele y que solían anunciar ropa interior en el programa de Jose Luis Moreno, son de mentira. Yo no he visto a ninguna en la realidad diaria. Nos las ponen en la tele de vez en cuando para “despistar a la población”). Miro hacia el televisor para descubrir que César tiene puesto telecinco…

            —¡Ah! —exclamo— ¡Telecinco! Ya me parecía a mí novedad ver estas chicas a estas horas. En la 1 ahora mismo estará Rubalcaba.
            —Es que hoy no se ve —dice César apretando el mando del televisor para mostrarme un fondo oscuro sin imagen— No hay señal.
            —Eso es que los de las obras… igual cortaron un cable sin querer… —le digo.
            —Julio, que bromas ¡las justas! —repite César mostrándose un poco inquieto.

            Son las 8:09 y, tras pagar los cafés mío y de Geli y pedir por dos veces cambio para sacar tabaco de la máquina, me despido de César. Al fondo de la calle diviso la figura de Paco que me hace señas golpeando dos veces su reloj. Tras comentarle rápidamente la idea de mandar a César a Fukushima discurro el laberinto de vallas y pasarelas para conseguir alcanzar la calle por la que camino hacia el coche.